Me levantó la mano lacia de la mesa, donde había dejado caer la cabeza. Había sido un día agotador por muchos motivos, pero la verdad es que no me apetece entrar en detalles. La cuestión es que alzó mis dedos, sacudió las miguitas de pan que se habían adherido al dorso de mi mano y besó cada yema, cada nudillo y cada falange. Luego mantuvo mi piel contra su boca, exhalando su aliento cálido contra mí, devolviéndome el calor que poco tenía que ver con el ambiente.
- No quiero que pases por esto.
Incluso después de tantos años de dolor y pena, parece totalmente vulnerable. Cualquiera diría que debería haberse acostumbrado, pero no.
- Yo tampoco quiero pasar por esto, papá
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