Pero hay algo que no ha cambiado, y es esa obsesión que tiene mi cabeza de pensar por su cuenta. Idear, imaginar, narrar escenas reales o inventadas cuando no estoy concentrada haciendo otra cosa distinta. Eso también me gusta. Cuando no puedo dormir, narro, y ciertamente es como ver una película en mi cabeza, con una voz mental que oficia doblemente de narradora y personajes. Así, en el marco general del sistema de almacenaje que es mi pequeño y lento cerebrito, hay muchas potenciales personas, cada una con su modus vivendi, su actitud ante la vida y su historia. Y como si Vida Winter me hubiera susurrado realmente sus consejos al oído (curiosamente, jamás pensaré que fue Dianne Setterfield), estas futuras personas alzan la mano cada vez que necesito recurrir a una de ellas, y alguien se sienta a mi lado a responder pacientemente a mis preguntas: dónde nació, cómo eran sus padres, cuál fue el sueño de su vida. Yo lo apunto en una hora de papel sobre una carpeta rígida, muy funcionarial todo, y ya solo es tarea de mi mente enredarlos con las historias de otras personas, creando vidas enteras que quizá nunca sean puestas por escrito.
O sí.
No lo sé.
No hay comentarios:
Publicar un comentario