viernes, 20 de marzo de 2015

Aún no me lo puedo creer.

He suspendido historia. Aún no me lo puedo creer.
Es el primer examen que suspendo este curso, el segundo en todo bachiller, pero eso es lo de menos.
Mi primera reacción ha sido permanecer impertérrita, todo ello para no llorar. Oh, vamos, es solo un examen. Sí, un examen al que había dedicado muchísimas horas de trabajo: redactando mis apuntes, utilizando recursos del aula virtual, del libro, redactando composiciones, haciendo mis propios esquemas. Empecé a estudiar varias horas diarias a mediados de febrero, a un mes del examen, pero para entonces tenía todos mis apuntes pasados a limpio y redactados, otros distintos hechos a partir de los esquemas del moodle y unos terceros utilizando el material del libro de texto, e incluso veía esos aburridos documentales de los canales de historia en mis escasas horas libres. De tal modo, para el 11 de marzo supe todo lo que consideraba oportuno saber sobre exámenes, composiciones, Antiguos Regímenes, Desamortizaciones, Guerras, la primera República, Canovismo, colonias, reyes, liberalismo, y un largo etc.
Y sin embargo aquí estoy, llorando porque he suspendido historia.
¡Qué sofocón más tonto! Intento decirme a mí misma que solo ha sido un examen feo de una asignatura más fea aún. Pero la cantidad de esfuerzo que he invertido no se refleja en un 4.5. No es posible, y sin embargo, ahí está, en su círculo rojo, mirándome y sonriendo.
Me ha dado la sensación de que Carmen se preocupaba por mí, probablemente porque he sido incapaz de captar un par de palabras siquiera de todo cuanto ha explicado luego. Solo algo de embalses, infraestructuras y UGT, aunque entre mis papeles está todo escrito.. Incluso me ha preguntado más tarde. Debe de pensar que soy una exagerada, o algo parecido. Yo también lo haría, de no ser yo.
No me importaría suspender de no haber estudiado, probablemente. Tampoco me parece tan terrible, esto es lo que me espera en la vida y lo sé. Pero supongo que, tras haber aprobado el primer examen aunque fuera por los pelos, no quería decepcionar a nadie, menos aún a ella. No quería ser inconsciente, o meter la pata, ni confundir conceptos. Quería demostrar que he dado mil vueltas al vocabulario, que sé hacer síntesis, que he comentado todas las imágenes, mapas, gráficos y tablas que he encontrado en el moodle.
Y solo he demostrado que soy una idiota que se frustra por nada.
¿Pero acaso no es frustrante? Soy buena en todo lo demás, en el sentido de que mis esfuerzos dan sus frutos. Ochos, nueves y dieces en las demás asignaturas: latín, griego, historia del arte, filosofía, inglés, historia del pensamiento político, lengua. ¿Es de verdad un problema mío, o de Carmen, como sugiere mi madre? probablemente el problema sea que estoy muy mal acostumbrada. Quizá el esfuerzo que invierto no es real, no es representativo de mis capacidades o algo así. Pero, ¿cómo es posible que toda la vida hayan alabado por doquier mi capacidad de redacción y esta mujer me encuentre fallos de expresión? ¿es que acaso son los nervios, o es que he vivido engañada y más bien crecidita toda mi vida académica? ¡¿qué diablos he hecho mal?! ¿el método o la palabra?
Y luego me dice que es "lo habitual". Lo habitual para ti, en todo caso; porque yo no me considero "lo habitual" en ningún momento. Pongo la mano en el fuego sin miedo y me arriesgo a decir que soy la única persona de la clase que se preocupa más por aprender que por aprobar, y no digo que simplemente soy la única persona que se preocupa porque tengo a Silvia sentada a mi lado.
Pero se ve que eso de aprender quizá no es el camino correcto. Debería limitarme a memorizar, a escupirlo todo y hacer reseteo, porque se ve que éste no es el método que sirve. ¿Cómo van a cambiar las cosas, si ves solamente aquello que quieres ver? (no lo digo yo, lo dice Madonna), ¿no te das cuenta de que el silencio sepulcral que sigue a tus preguntas en clase se debe al miedo? los alumnos no quieren tu desprecio por no-saber, temen el rechazo si se equivocan. Tememos el rechazo.
Claro que lo sabes. Pero también sabes que nadie lo dirá. Y que la gente ha tirado la toalla porque sabe que aunque se esfuerce no lo va a conseguir.
Yo también lo sé.
Y por eso no puedo dejar de sentirme triste, aunque yo no tengo la intención de rendirme ni de dejarlo pasar. Estoy barajando dos opciones: aprobar como buenamente pueda papagalleando o hacer que mi subconsciente, que me ha insinuado en un sueño que soy un fracaso, se trague sus palabras.
Así que lo siento si estoy triste, si lloro, si fallo. Lo siento por mi dolor de cabeza, que no remite. Lo siento por mi madre, que se tragó diligentemente los siete temas a pesar de lo mal que se encontraba. Lo lamento por mi hermana, que dedicó varias horas a explicarme términos jurídicos, procedimientos legales y constituciones varias. Lo siento por mis esperanzas, y por todas las horas que les robé a los libros, las películas, las series y a mis amigos. Lo siento por aquellos que aguantaron mis nervios, mis recurrentes dolores de cabeza y de estómago, mi insomnio. Y por Carmen, que ha tenido que corregir mis disparates. Lo siento por mí misma, por decepcionarme y ser lo habitual.
Lo siento mucho, pero ese examen tan feo está aprobado.

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