Como quedarme sin palabras.
Como mirar por la ventana, y sentir nostalgia de cosas que no conozco.
Raro, como el olor penetrante del desinfectante para manos.
Raro todo, raro como yo.
¿Qué se sentirá al estar ahí fuera? ¿cómo será el viento que mece las hojas de palmera? me recuerdan a playas, a hierba y arena, y huelo el salitre por encima de la fría esterilidad que me quema las fosas nasales.
¿Qué estará mirando ese hombre? la distancia lo desenfoca, lo aleja aún más de mí. Veo un borrón rojo, pequeño, encogido, y mi parte más humana imagina a un hombre cabizbajo con un chaquetón rojo. Mira a la acera, y luego al cielo negro, llevándose el cigarrillo a los labios. Pero claro, solo es una mancha roja y pálida, una vida olvidada. ¿Qué hará aquí, en este lugar tan triste?
¿Y a dónde va ese viejo Renault azul? ¿y quién vive tras la ventana iluminada del edificio de enfrente? ¿cuántas personas estarán cruzando el Puente del Quinto Centenario?
Estoy sentada sobre la piedra fría, junto a la ventana. El cristal se empaña bajo mi respiración, difuminando las luces de la ciudad. Es viernes, y un pensamiento lleva a otro en mi cabeza. Me pregunto sobre las personas a mis pies, me pregunto por sensaciones que no conozco. ¿Por qué será que mis pensamientos tienen un matiz nostálgico? nostalgia de vidas ajenas, de calor humano, nostalgia de ese viento frío sobre mi mejilla arrebolada. Nostalgia de sol, nostalgia de este cielo estrellado. Esa añoranza triste que me inspira este momento, este instante de reflexión que aún no acaba, y que sin embargo ya echo de menos.
Sentada contra la ventana al exterior, pienso en respirar el aire helado, en playas, en la vida. Pienso en las sensaciones agradables, en café caliente, en sofá y televisión. En que me gustaría estar abrazando a mi padre, y no a las paredes desnudas y huecas. Y librarme de esta extraña sensación de tener calor en el exterior y frío en el estómago. Ganas de temblar. Ganas de caminar, de hundir los pies en arena, de olor a tierra mojada. Y de conocer a las personas que pasean bajo la luna creciente, que van a casa con las manos en los bolsillos y el rostro envuelto en una bufanda, preocupados, distraídos o felices. Tengo la sensación de que me gustaría revivir mi vida entera, y librarme de la nostalgia aplastante de pasado, de presente, de futuro. De lo propio y lo ajeno. De ataraxia y emociones.
Qué raro todo. Qué rara yo.
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