Koizora (en español: Cielo de amor) es probablemente la película más triste que he visto en la historia de mis días. Mika es la protagonista, mantiene una historia de amor con Hiro. En dos devastadoras horas hay sonrisas, pero más lágrimas aún. La ex-novia celosa de él le hace la vida imposible a nuestra joven protagonista: paga a unos matones para que le den una paliza y la violen, divulga por el instituto que ella es una prostituta e incluso hace que pierda el bebé que Mika y Hiro están esperando, justo la víspera de navidad.
Más tarde y sin razón aparente, Hiro termina la relación con la pobre Mika, y ella -cómo no- queda destrozada. Se encierra en su mundo, arrumbada por la misma realidad, hasta que conoce a un joven universitario en una fiesta de Noche Buena.
Yuu, se llama. Ni siquiera recuerdo su apellido. Creo que soy la única persona que, hasta la fecha, se ha planteado alguna vez qué debió sentir Yuu.
Es un chico absolutamente normal. Cursa su segundo año en la universidad, es abierto, amable y sensato. Quiso la casualidad que aquella gélida Noche Buena, a Yuu le diera por fijarse en Mika. Era la única persona que no participaba en los juegos, que no se unía a la conversación. Estaba sentada junto a la ventana, removiendo perezosamente un vaso de Whiskey que no llegó a probar. Él se sentó a su lado y trató de hablarle, pero resultó que Mika era tan fría por fuera como por dentro. Pero eso nuestro inocente Yuu lo encontró intrigante, fascinante y muy triste. Quería protegerla, quería ver su sonrisa.
-Si alguien te declarase su amor, ¿cómo te gustaría que fuese?
Lo cierto es que muy sutil no era el hombre.
-Sosteniendo un gigantesco ramo de Baby's Breath y diciendo "te quiero"-y esa fue la respuesta más larga que le sonsacó a su interlocutora.
Así que Yuu se dio por vencido de momento, y se limitó a observarla cautelosamente. Un cuarto de hora antes de las doce, la chica se levanta, coge su abrigo y sin una palabra, desaparece.
Yuu no lo duda: se pone en pie y la sigue hasta lo que podría ser un parque, o las inmediaciones de un instituto..., de no estar enterrado por la nieve.
Lo que Yuu no sabe, claro, es que es el lugar simbólico donde Mika y Hiro suelen dejar un par de diminutos guantecitos rosas, junto a un muñeco de nieve, en el mismo lugar donde ellos se conocieron.
No, realmente no puede saberlo, así que deambula perdido y preocupado bajo la nieve, con un paraguas en la mano.
Alguien baja las escaleras a toda velocidad.
-¿Hiro?
Yuu nunca habría asociado ese tono ni esa voz a la pequeña Mika, siempre tan fría. Ella había pronunciado ese nombre <<¿Hiro? ¿de Hiroki? ¿quién será...?>> con calidez, con esperanza. Con miedo, suplicante.
Así que cuando ella apareció, aterida y empapada, ante él, se quedó sin palabras. Solo la envolvió en su abrazo, la resguardó de los pedazos de hielo que caían sobre sus cabezas, y la dirigió al coche.
-Vamos, te llevaré a casa.
Dentro del vehículo, ella se apretó la bufanda contra la cara y comenzó a sollozar con desesperación.
A partir de entonces, se diría que todo va "mejor". Yuu se esmeraba en darle clases cara a la universidad. Se mantiene una buena relación con sus suegros, que se mostraron aliviados de que fuera un chico más "normal". La cuidaba, la protegía, le escuchaba. Un año después, (con ramo de Baby's Breath incluído) son novios. Algo más de tiempo, y Yuu elige un precioso anillo de oro blanco con un discreto diamante para Mika. Y ella, como si no estuviera muy segura de lo que hace, lo acepta. Prometida.
Otra Noche Buena más, Yuu se compromete a esperar en el vehículo mientras ella lleva su par de guantes -rosas y blancos- al mismo lugar que está vedado para él. Mika nunca habla del tema, pero tampoco hace falta. Yuu no va a presionarla, no.
Pero ha pasado ya una hora, y nieva mucho. ¿Y si se ha caído? ¿y si hay alguien...? las desalentadoras perspectivas preocupan a Yuu. Aunque, ¿quién iba a salir en una noche helada como esta? todos deberían estar con sus familias.
Yuu apaga el motor y baja de su coche. Sus pasos producen un crujido muy desagradable, pero él solo puede escuchar el rugido del viento en sus oídos. Pronto, divisa una silueta encogida y temblorosa junto a un difuminado bordillo de ladrillo rojo. Y dos pares de guantes.
-¡Mika!-Yuu alza la voz para que ella pueda oírle. Se agacha a su lado y toca delicadamente sus hombros.
Ella murmura algo, parece fuera de sí.
-...Bebé.
-¿Mika?
-¡Hiro ya no vendrá...más...a ver al bebé! Hiro...¡Hiro se va a morir!
Ella clava sus rasgados ojos negros en él y se pone en pie a una velocidad imposible.
-¡Tengo que ir a buscarle!
Yuu no puede evitarlo, la rodea con los brazos, creando una cárcel a su alrededor.
-¡No! ¡no, Mika! ¡si te vas, no regresarás!
Porque él lo sabe. Yuu no es tonto, sabe que Mika sigue enamorada de alguien que no es él. Sabe que perdieron a su bebé. Y ahora parece que su rival está enfermo.
Yuu y Mika forcejean. Y de pronto, escuchan un tintineo y se separan, como a cámara lenta.
Sobre la nieve, a un metro escaso, hay un anillo. De oro balnco, con un discreto diamante tallado en la parte más delgada del aro.
Ambos se miran, como hipnotizados.
-Lo...siento-murmura ella, agachándose para recuperarlo.
-No lo cojas.
Yuu casi no puede creerse que las palabras estén saliendo de su boca, pero es su voz. Puede sentir las burbujas de aire en la garganta, alzándose para expresar su voluntad.
-Qué clase de persona soy, impidiendo a la chica que amo encontrar la felicidad.
Mika se limita a mirarle. Toda su agitación ha desaparecido.
Entonces, Yuu se pone detrás suya y la empuja, poniendo su propio paraguas en su mano.
-Vete, Mika. Ve a buscarle.
-Gra...cias.
Yuu baja la vista. No quiere recordar su silueta de espaldas, corriendo bajo el cielo negro, sobre el suelo blanco. Se agacha y recoge el anillo del suelo, con delicadeza, con mimo. Pesa. Está frío.
Una ola de calor llena de vacío la mente del joven, que gira sobre sí mismo con un grito desgarrador y lanza la joya tan lejos como le permiten sus musculosos brazos.
Después de eso, no tiene fuerza. Yuu se inclina sobre sí mismo, se abraza las rodillas y comienza a llorar.
No sé qué vendrá a continuación, pues la historia continúa persiguiendo a Mika.
Ella y Hiro se gritan un rato, se sinceran y hacen las paces. Juntos disfrutan de la mutua compañía mientras el cáncer se lleva a Hiro. Solo tienen tres angustiosos meses de dolor, degradación, de despedidas y reconciliaciones. Mika dejó los estudios para cuidarle a tiempo completo. Aprendió a tejer, y pasó los días anudando lana para hacerle un gorro a mano.
Para Hiro hubo amor, y luego un cielo. Así pues, unos meses más tarde murió, condenando a su amada a la soledad y a la melancolía.
En esta historia, no hay final feliz para nadie.
Pero solo es una historia. En el mundo real, Mika iría a la universidad, y espero que unos años después hubiera encontrado la forma de olvidar.
Yuu se casaría con otra joven. Más jovial, más viva, y cuyo corazón le perteneciera por completo.
Los padres de Hiro, su hermana, nunca lo superarían, pero aprenderían a seguir adelante.
Y con el tiempo, nadie se acordaría de nada.
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