Al salir de la biblioteca, nada parecía demasiado diferente. Las nubes grises ensombreciendo el imponente rascacielos gris. El gris asfalto, precediendo el sinuoso camino hacia su casa. Sintió frío. Una voluta de vaho se escapó de sus labios azulados al suspirar, colocándose bien el bolso sobre el chaleco de lana gris. La carpeta casi se le resbalaba de las manos. La joven echó a andar con la vista fija en todo y en nada, perdida en su realidad paralela. Abstraída. Deseando dejarse caer en su mundo infinitamente, con otras personas, otro patrón de colores.
¿Colores, qué es eso? De pronto los vio. O debería decir que lo vio. Una mancha roja en su campo de visión. Un objeto con forma definida, en su característica nebulosa gris.
Era una camiseta. La camiseta la vestía un chico. Ojos negros, cabello rubio. Casi blanco. Antinatural. El blanco y el negro hacen el gris, pero por algún motivo, ella ni siquiera le dedicó un pensamiento. Solo le miraba con sus ojos, tan vacíos...
La chica a su lado tenía el cabello color ceniza. Los ojos grises. La piel cenicienta.
¿O no?
Realmente, su cabello negro bailaba con elegancia con cada paso que daba. Los ojos podrían ser castaños, o quizá verdes. La expresión ruborizada de su rostro revelaba una intensa felicidad.
Otra vez, ella no supo diferenciar la realidad de su propia perspectiva de vida.
Pero sintió algo. ¡Qué novedoso! Aunque fuese algo como aquello le diera unas curiosas ganas de vivir.
Y así lo hizo, soñando con su propio par de ojos verdes y mejillas rojizas. Soñando que alguien la abrazaba por la espalda y besaba su pómulo dulcemente. Decidió que, por el momento, podría vivir con ello.
Y así lo hizo, soñando con su propio par de ojos verdes y mejillas rojizas. Soñando que alguien la abrazaba por la espalda y besaba su pómulo dulcemente. Decidió que, por el momento, podría vivir con ello.
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