A nadie le apetece dar Educación física a última hora. Sea el día que sea, todos estamos mucho más agotados.
No es que tuviera especiales ganas de llegar al polideportivo, así que por una vez acompañé a mi mejor amiga a cambiarse de ropa. Para mí era mucho más cómodo ir directamente en leggins, pero a ella nunca le ha gustado venir a clase con ropa de deporte.
Tenía unas ganas inmensas de apoyarme contra la pared, pero los sucios azulejos de los baños de primaria no me inspiraban mucha confianza. Bueno -me dije a mí misma- peor están los de secundaria y nos pillan más lejos.
Allí estaba yo como una gran amiga gilipollas. A la espalda mi pesada y fea mochila blanca. En las manos, los vaqueros de mi amiga, los leggins de mi amiga, su mochila y creo recordar que también mi sudadera.
Alargó la mano para coger las mallas negras y luchó por embutir su enorme culo en ellas. Mi pelea contra la risa era más dura, y gané. Le eché encima todas sus porquerías tan pronto como vi sus manos libres, con un quejido, y me asomé al decrépito espejo. Entre la suciedad y las marcas de agua distinguí mi rostro, redondo, pálido y moteado de pecas en las rosadas mejillas. Una mueca de asco deformaba mis finos labios, y los ojos se veían excesivamente grandes sin la negra capa de maquillaje. Mis rizos surgían de la cola de caballo que había recogido a la altura de mi coronilla para la clase de gimnasia. Totalmente anodina, una muchacha morena normal y corriente.
Salí de aquel hedor con el estómago descompuesto. El aire húmedo del exterior, siempre impregnado del polvo proveniente de albero, me supo a gloria.
-Vamos, anda-le espeté lacónicamente a mi pava mejor amiga.
Ambas desfilamos hacia el gimnasio, con las ventanas de la sala de profesores a nuestra izquierda. También desfilaron, situadas en posiciones equidistantes, las oscuras y semivacías estanterías de la biblioteca del centro. Mi rictus despectivo se hizo más pronunciado.
No, decididamente aquel no estaba siendo un buen día. Agobiaba pensar que aún quedaban tres días más para el fin de semana, que a efectos prácticos consistía de un solo día para levantarse tarde y no hacer absolutamente nada.
La clase ya había comenzado, y ambas nos precipitamos hacia el gentío para mezclarnos con él.
-Este trimestre empezamos con bailes-anunciaba la profesora Halcombe con su potente y gangosa voz- y hoy, en concreto, aprenderemos los bailes de salón. Volved a dividíos en las parejas que hicimos al principio de la clase.
No sentí ningún tipo de temor, podría ponerme con Xana. La profesora captó la significativa mirada que ambas nos dirigíamos y chasqueó la lengua.
-Parejas mixtas, chicas. Si no, ¿cómo sabríais quién guía?
Sentí cómo la sangre huía de mi rostro. Si todas las parejas estaban formadas ya, ¿con quién diablos iba a bailar yo, con lo patosa que soy?
Una figura alta y delgada irrumpió en el Polideportivo.
-¡Llega tarde!-gruñó la profesora Halcombe-Por amor de Dios, señor Burnwook ¿qué hacía?
-Cambiarme de ropa, profesora.
Xana y yo volvimos a cruzar nuestras miradas. No le habíamos visto ir hacia los vestuarios, ni siquiera hacia los baños masculinos. Qué curioso.
-Bueno, señor Burnwook, parejas mixtas. Haga el favor de ponerse con Helena y reunirse con el resto de la clase.
-¿Y yo, profesora?-intervino Xana
-Usted servirá de ejemplo poniéndose conmigo, señorita Glyde.
Ella agachó la cabeza. Probablemente, tenía la esperanza de que le dejaran alternarse conmigo para bailar con Lyam Burnwook. Todas las chicas del curso habrían querido bailar con él, muy probablemente. Su aire de seductor atraía a las mujeres como la sangre a un mosquito. Sus ojos azules y ese rebelde cabello castaño claro, unidos a su bonita sonrisa, detenían cualquier corazón.
Yo no quería admitir que también me derretía bajo esos ojos como un cielo plomizo. Era discreta, y había tenido suerte de que no me lo hubieran preguntado nunca.
Sin mirarlo, me encaminé a la fila. Las parejas estaban situadas una frente a la otra, y a su izquierda la profesora Halcombe aguardaba junto a Xana. Le guiñé un ojo al pasar a su lado.
-Mirad todos, por favor.
La señorita Halcombe puso una mano en la cintura de Xana, sosteniendo la otra con la diestra. Muy lentamente comenzó a reproducir los pasos. Traté de memorizarlos, aunque era consciente de que Lyam debía llevarme a mí.
-Intentadlo ahora.
¿Qué? Había perdido el hilo por completo. "No debes mirarle a los ojos" Me recordé fervientemente. Podría perder el control de mi expresión y mostrar lo que de verdad pensaba.
Apenas sentí la presión de su mano, firme, sobre mi cintura. Él mismo levantó mi brazo inerte "¿Qué estás haciendo"? me gruñí en mi fuero interno. Desperté lo justo para dar los primeros pasos correctamente.
-Bien, bien chicos. Ahora, con música. Repetidlos hasta que yo os diga y comenzaremos el siguiente compás.
Pulsó el play en el radiocasete y Lyam Burnwook tiró de mi cuerpo. Me sentí rígida.
-Helena, esto no va a salir si no te relajas-susurró.
La caricia de su voz fue más que suficiente para hacer mis pasos más fluidos. Armándome de valor, levanté mis ojos castaños de cervatillo asustado. Y terminé de volverme loca.
-Mucho mejor-aprobó.
-No acostumbro a que me lleven-balbuceé haciendo una mueca.
Él se echó a reír suavemente
-Entonces, ¿eres más dominante que pasiva?
Sentía el corazón como una bomba. En la garganta, en las sienes..., me asustaba que Lyam pudiera percibirlo en mi mano.
-Me gusta que me bailen el agua-repuse en tono peligroso.
Me gustó ver sus ojos reluciendo sorprendidos. Me erguí un poco al percibir a la profesora Halcombe cerca, pero pasó de largo.
-He tenido suerte de no bailar con Xana-dijo de pronto.
-Es mejor que yo para esto-la defendí
-No lo pongo en duda. Pero yo prefería bailar contigo.
Mi corazón parecía el batir de alas de un colibrí. O las palas de un helicóptero. Me sentía como si pudiera echar a volar.
-¿Por qué?
-Porque quiero conocerte mejor...
El timbre que ponía fin a las clases de ese día se hizo oír por encima de nuestras voces. Percibí miradas hostiles en mi nuca, que se transformaban en cordiales sonrisas a mis ojos.
Mi pareja de baile parecía reacio a soltarme. Jamás habíamos estado tan cerca el uno del otro.
-¡Una cosa más!-gritó la profesora Halcombe- No olvidéis quién es vuestro compañero, ¡Se mantendrán las parejas en la próxima clase!
Sentí un estallido de júbilo en el pecho.
-Qué bien-comenté socarronamente a Lyam-vas a poder darme clases de baile.
Y, dedicándole mi mejor sonrisa, desaparecí de allí.
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