Leyendo a Edith Wharton (siempre incisiva, inteligente, deliciosa) me doy cuenta de la suerte... ¿Suerte? que tengo con respecto a mis congéneres. Seguimos teniendo nuestros retos por delante, pero ay, qué fortuna la de poder elegir si, cuándo y con quién casarme. Parecería una tontería, pero imagina no tener la libertad de elegir cuál es tu curso vital, y estar siempre supeditada a los volubles deseos de otro, que tiene derecho de poseerte y elegir por ti. Cuán salvaje no sería entonces la competencia, la virulencia de la presión estética.
Confieso que muchas veces, por mero llevar la contraria a las expectativas externas, he fantaseado con no casarme. Pero, ¿a quién quiero engañar? Siempre he soñado con el amor romántico y principescos de los periquitos de la infancia. Y se me revuelven las tripitas de felicidad soñando con sus ojitos anegados de felicidad líquida en el día más feliz de nuestras vidas.
Me costó aceptar que no soy peor mujer por desear casarme. Solo estoy gozando libremente de la libertad de lo que otras lucharon por mí.
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