Qué ganas tengo de poder llenar mi propia nevera de esas cosas que me encantan y de las que todo el mundo se ríe. Heura, quinoa, beyond meat, panes de cereales, muesli, té, granola, smoothies.
Qué hambre tengo de pintar un mural en la pared en un raro arrebato de inspiración. De teñir camisetas con flores de amapola y hacer pan y velas para que toda la casa huela a mi infancia en los campamentos de verano del colegio.
Qué ganas tengo de amar sin miedo, de hacer ruido y deshacerme en esos besos lentos que me deshilachan el alma, para luego pasearme desnuda por el limbo nebuloso de la somnolencia, en tus brazos.
Y qué apetito de despertar con la espalda entibiada por la luz del sol moribundo al ritmo de las palabras de amor anticuadas de Fitzgerald, hablando de verano, del mejor jazz, de la mejor época.
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