Todo es como debe ser y yo suspiro de gusto. El sol del final de la tarde me acaricia los párpados, lo veo todo rojo mientras olfateo la brisa estival mezclada con césped recién cortado, cloro y protector solar. A estas alturas ya sé que estoy soñando, pero no pasa nada, porque ahora mismo soy muy feliz.
Oigo ladridos a lo lejos, y las voces de los primos de Ale, que juegan al fútbol cerca de aquí. Un grito de victoria de Ana rompe brevemente la quietud de los adultos que charlan a mi lado y yo siento una punzada de orgullo por esa niña tan activa, tan inteligente y tan buena.
Un gorgeo contento a mi lado y un roce húmedo en mi brazo me hacen abrir los ojos. Ale sostiene sobre las rodillas a un bebé rollizo de unos seis meses, pálido y risueño, un niño que inmediatamente reconozco como mío; es una de esas certezas de los sueños que a veces se mezclan con recuerdos. En algún momento hemos tenido un bebé, y lo mejor es que aquí, ahora, no tengo que preocuparme por comprar una casa o haberme casado; lo que importa es que quiero mucho a esa bolita sonrosada, sin nombre, sin sexo definido, solo nuestro pequeño.
- Sh, deja tranquila a mamá.
Me maravillo ante lo mucho que se parecen. Por supuesto que en mi cabeza el bebé perfecto sería clavadito a su padre: caracoles rubios, gordito y colorado, mirándome con sus enormes ojos de caramelo y su boquita riente y colorada, desde las rodillas de su padre. No lo puedo evitar, le tiendo los brazos y él (¿él? ¿ella?) viene encantado a mi pecho, donde se dedica a tirarme del pelo, de la ropa, del collar que llevo.
Y todo es paz. Su cabecita suave en mi pecho, los niños riendo, jugando, Macarena llamándonos desde la piscina, donde las tías de Ale aprovechan los últimos rala temperatura perfecta, mi novio mirándome con la adoración de un padre enamorado, mi suegra haciéndole arrumacos a su nieto, que se está quedando dormido (y llenándome de babas por el camino), mi suegro envolviendo papas en papel de aluminio para hacerlas a la brasa porque sabe que me encantan, mi cuñado, tímido, mirándome sin mirarme, Ana, apuntándome la receta de su deliciosa tarta de calabaza y su arroz con leche y estevia con mano temblorosa..., esta es la paz que proporciona estar en familia. Una segunda familia, para mí.
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