Bae en la piscina, quitándose la camiseta, está tan precioso que me hace bizquear en un intento por mirar a todas partes. Casi tengo que recordarme cómo cerrar la boca y seguir haciendo lo que estoy haciendo: doblar mi mono y meterlo en la mochila, desabrocharme las sandalias y coger mis chanclas. Ay..., no, no puedo. No puedo con sus rizos rubios, la barbita recortada y los ojos color ámbar majo el sol. Juro que me siento el corazón por todas partes, a flor de piel, latiendo descontrolado por él. No puedo pensar en otra cosa que en que por favor me toque ya, donde sea, escucho vagamente que nos llaman desde el agua pero no puedo prestar atención ahora porque estoy en combustión espontánea. Por Dios, qué hombre, ¿qué me pasa? no puedo aguantar más ni quitármelo de la cabeza, es como si me doliera algo, no sé qué, y solo él tuviera el alivio, solo su piel pegada a la mía. ¿Sería muy escandaloso que le diera un par de mordisquitos? me muero de ganas de pasar la lengua por su pecho, entre los pequeños y escasos pelillos. Él se coloca a mi lado, ignorante de mi sufrimiento interno, y de pronto su olor se me pega al paladar, lo saboreo, ahogo un gemido. Soy una mujer en los huesos y él es la comida más deliciosa que jamás haya visto o probado...; estoy tentada a pedirle que vayamos al coche, a buscar algo que se nos haya olvidado por accidente, pero se va a reír de mí.
Qué tarde tan larga me espera, pienso. Y de pronto yo también quiero reírme de mí. Vuelvo a tener 16 años.
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