A veces, cuando la angustia me abruma, sigo el consejo de Mary Karr y me imagino que ese nudo que tengo en la garganta es una bolita muy pequeña y dura, me la trago y la empujo lentamente y con decisión por el esófago hasta alojarla en algún lugar indeterminado detrás de mi abdomen. Entonces, endurezco mis trabajados músculos para que no pueda volver a subir, cierro los ojos y respiro hondo para mantener el llanto a raya.
Pero tú siempre consigues que olvide un poco esa sensación.
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