Hoy, mientras apoyabas tu cabeza en mi pecho, con tu calor envolviéndome el cuerpo, no he podido evitar acordarme de aquel día, no hace mucho, en que me pediste que por favor no te dejara. Sé que es culpa mía, por no haberte transmitido mis sentimientos apropiadamente; es obvio que si supieras cuánto significas para mí jamás habrías pensado tal cosa. Pero lo hiciste, y ahora caigo en la cuenta de que no te digo con suficiente frecuencia cuánto te amo y lo que significas para mí. Aspiro tu olor, paso las manos por la mejilla suave y enrojecida, y se me ocurre que no hay ningún lugar en el planeta donde quisiera estar más que aquí, a tu lado, y tengo el corazón henchido de felicidad porque tú me quieres y yo te adoro.
Luego has alzado esos preciosos ojos de caramelo y miel, preguntando qué me pasaba. Yo miro esos labios llenos, blandos, rojos, y te digo que nada, pero no es verdad: estaba embobada, pensando en lo feliz que me haces.
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