lunes, 5 de junio de 2017

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No quiero ser tu fuego, ni tus sueños. No quiero nada de ti. No lo quiero, al igual que no es a mí a quien tú añoras. Ya no soy ese desastre que vive encerrada en ti, en tus deseos, en tu cabeza; ya no soy yo misma. Soy arenisca fina y sin color, brillante a la luz del sol y gris bajo un día nublado, una roca que ha perdido su forma, su cuerpo, sus bordes afilados y sus deseos de ser montaña un día. Una roca esculpida por ti, desgastada por ti, golpeada por ti, y finalmente abandonada. Y yo que te creía imposible, poderoso y perfecto, haciendo bello todo lo que tocabas, haciéndome sufrir con tu indiferencia. Pensaba que eras mi rey, tan lejano e inalcanzable, con la furia y la fuerza de mil titanes, el fuego del corazón de la tierra en tus ojos tiernos y frescos. Cada día como una montaña rusa; yo arriba y tú empujándome hacia el suelo, haciéndome golpear la tierra y llevándome de nuevo a lo más alto, llenando mi mundo de las luces más bellas y las sombras más oscuras. Qué especial podía sentirse cualquiera que se reflejase en tu mirada -es a mí a quien mira, y a nadie más, pensaba-, esa sonrisa que me sostenía, por la que habría matado...; matado a mí misma, perdida en la deriva de tus caprichosos vaivenes, tus silencios altivos, tu hostilidad. Perdida en tus insultos ocultos, en tus palabras cuidadosamente medidas, pesadas, moldeadas, desechadas. Decías de mí que era incomprensible como el arte, y yo creyéndome una diminuta mota de pintura, lanzada con descuido al lienzo por ti, sin ganas, sin tiento, sin encanto.
Y resultó que era un gigante, más grande que el universo, y ahora puedo aplastarte con solo desearlo aunque trates de hacerme creer lo contrario. Ahora soy libre, como el mar, como el viento que me arrastra para posarme en otras dunas, y sé que puedo contigo y con todo, no importa cuánto me llames, cuánto me quieras, me desees, me golpees con tu fuerza o me castigues con tu silencio. Despojado de tu poder, ¿qué será de ti? ya no puedes espolearme, ni hacerme callar, no puedes quemarme la lengua o coserme los labios. No puedes ignorarme, aunque quieras, porque de tanto tiempo viviendo en ti, te has quedado con mis huellas en tu piel de alabastro. No puedes hacerme daño, aunque mi piel se oscureciera de nuevo bajo tu ira, aunque abrieras heridas en mi carne. No puedes cegarme, ni ensordecerme; porque yo no me dejo, porque ya no me importas. Ya no tengo que suplicarte nada, ni que te quedes ni que me dejes, ya no tengo que pedirte que me quieras, ya no dependo de ti.
Ahora soy poderosa y libre.

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