A pesar de haber sentido siempre esa pulsante atracción hacia el mundo marítimo, durante las últimas semanas me había preguntado qué era lo que iba a hacer este verano, especialmente sin Ale. ¿Cómo voy a relajarme y disfrutar de mis vacaciones si cada vez que lo pienso me pongo triste?
Había olvidado por qué siento tanta nostalgia de la playa. El mar pone mi mundo en equilibrio y perspectiva, acalla la tempestad que vive dentro de mi cabeza y me ayuda a calmarme. Soy igual de feliz que hace quince años en ese lugar, recordando todas y cada una de las cosas que solíamos hacer, echando de menos tantas cosas que pensé que jamás podría volver a vivir... Y ahora me las ponen sobre las manos justo antes de hacer realidad el sueño de mi vida de irme a Japón a estudiar y yo me atrevo a quejarme.
Soy lo peor.
Aunque eso no quita que cada día que pase te necesite más a mi lado.
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