Es cierto que esta última temporada, el sentimiento de oleosa y resbaladiza tristeza que describía hace poco se ha convertido en un fango denso que atrapa mis piernas y me impide avanzar y respirar. Una angustia constante que no me deja dormir ni pensar, y la sonrisa pesa mucho, el tiempo se arrastra a mi alrededor y no tengo tiempo ni ganas de hacer absolutamente nada.
Quizá este sea el último invierno de mi vida que me guste. Tanta pena, tanto miedo y tantas lágrimas no pueden dejar una bonita sensación a nadie, y todo lo que quiero es que llegue un sol brillante y abrasador que queme todos estos recuerdos de los que se han marchado y los que se quieren marchar, de gordura, y pena y cargas y no, no puedo, no quiero más de esto.
Pero pienso en cómo eran cosas hace un año, esforzándome por ser la mejor contra viento y marea. Pienso en mi graduación, en mi matrícula de honor, en la fiesta de fin de curso, en las vacaciones con mis amigas en la playa y mi 18 cumpleaños. Pienso en mi carrera, maravillosa, en mis fabulosos compañeros, en Ali , en Eddie y en todo lo que estoy aprendiendo y en lo que me queda por ver y hacer. Me imagino un 2016 lleno de eso, de nuevas experiencias y amigos y viajes y novedades, y de algún modo me siento lista para seguir corriendo con la misma fuerza y energía que siempre, preparada para recomponerme, luchar y ganar; porque eso es de lo que estoy hecha.
¿Feliz? 2016.
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