¿Distantes, apagadas, distorsionadas? Amortiguadas por un halo de turbación.
Sé lo que me espera, aunque aún no lo acepto.
Solo al pie de la escalera, el miedo toma posesión.
Un desasosiego con nombre y forma merodeando en los límites de mi pecho.
Y me invade un sudor frío según asciendo, como si la temperatura bajase
y yo estuviera cansada de caminar.
Puedo oír mi propio corazón por encima del sonido de mis pasos,
puedo oír mi propia voz, dentro del cerebro, lamentando.
Lamento lo que pude hacer y no hice,
lamento saber lo que sé.
Y pararé, sé que cuando esté en la cima tendré que detenerme y pensar...,
pensar nunca ha sido bueno para mí.
Pero ya no puedo hacer nada, porque estoy delante de la puerta,
pienso en cualquier cosa para no entrar y enfrentarme a la verdad.
Pienso en tocar la madera, o sentarme unos minutos en un escalón...
la verdad es que no sé por qué corre tanto mi corazón,
pero ojalá estuviera tan cansado como yo.
Ojalá se detuviese ahora que aún puede.
Pero no, tengo la mano sobre el pomo,
y ya no hay vuelta atrás,
porque la puerta se abre y yo no puedo cubrir mis orejas.
Quisiera que hubiera alguien que me dijese que es mentira,
un malentendido. Que me he equivocado, como siempre.
Ahora parece que es mi cabeza la que está latiendo contra los huesos de mi cráneo,
como si gritase al corazón: <<detente, es mi turno ahora>>
Pero no hace caso.
Nadie hace caso a mi cerebro, ni siquiera yo.
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