Hoy me han dado muchos abrazos. Como el del saludo de un buen amigo. O el de buenos días de mi madre. El abrazo de una amiga que es consolada porque se siente triste. El achuchón tembloroso de quien te ama. Y el abrazo de alguien que te expresa su cariño y su apoyo para todo. De esa persona que sabe que no estás bien, que estás confundida. Y solo con mirarte a los ojos percibe que estás cansada y no eres feliz. Entonces atrae tu cabeza hacia su hombro y te acuna como si fueras un bebé, rodeando tus hombros con su brazo, meciéndote. Yo me sentí bien. Calentita en sus brazos, sobre el plumón de su abrigo. Su cabello me hacía cosquillas. Su olor tan familiar me hacía sentir casi... como si estuviera en casa. La música y el inusitado peso en mi corazón, estos días tan ligero, me recordaron muchos días atrás. Y sentí nostalgia.
Era una pesadumbre distinta. Y yo la enfrentaba de otra manera. A veces aún quiero ser quien fui.
No sé cómo me las arreglé para no romper a llorar.
En ese instante, como hiciéramos muchos meses atrás, nos miramos a los ojos y sonreímos. Fue una sonrisa distinta a esa mueca espontánea de felicidad. Fue distinta a una sonrisa amable.
Supongo que nos prometimos ser fuertes.
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