En el centro del torbellino, bajo su fría mirada, me sentí como una cría.
Mi coraza se resquebrajaba bajo sus atentos ojos castaños. Traté de
mantenerme serena, como una persona madura y razonable, soportar el peso
de sus ojos sobre los míos. Inquisitivos. Duros. Recelosos.
Pronto, los sollozos fueron demasiado evidentes. Convulsas sacudidas
agitaron mis hombros. Traté de disimular, pero fue un vano intento. Abracé mis codos, sujetándome el pecho palpitante, mientras unas lágrimas calientes y feas resbalaban por mi barbilla.
Me estaba engañando a mí misma. Era tan obvio que no sé como no me había
dado cuenta antes. ¿Que a mí me importaba Bleda?. ¿Que a mí me importaba algo?. ¿Mis amigas, quizá? ¿Esas que no podrían decir ni la fecha de mi cumpleaños sin titubear?. Ya nada importa mientras sus brazos me siguieran cubriendo.
Envolviéndome. No pude recordar siquiera esa razón por la que yo me mantenía lejos de él.
Por un instante me sentí segura y lloré con fuerza sobre
su camiseta, ahogando un gemido. Me miró fijamente, con promesas en la
mirada. Por supuesto, lo sentí antes de oírlo. Mucho antes de verlo. Apenas acerté a secarme el rostro y separarme de
él antes de que Ela penetrara en el sombrío claro, bañada por el resplandor plateado de ese pequeño y bello satélite.
Había ira en su mirada.
Abrí los ojos con espanto en medio de aquel horroroso sueño.
Un sueño que habría querido que fuese real. Sacudí la cabeza.
-¿Ela?-voceé, palpando el lecho contiguo al mío.
Estaba vacío.
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