miércoles, 21 de abril de 2021

Matemática de la carne.

    Y no sé por qué narices llamo "matemática" a la más inexacta de las ciencias humanas; debe ser que estoy nostálgica de aquella canción de Rayden, con el lenguaje de las manos, leyendo en braille cada surco de tu piel, tus labios.

No se trata de primeras veces, por mucho que quiera filosofar y hacerlo todo único e inigualable. Decía Allende que es muy distinto hacer el amor amando (y no se equivocaba), pero no es de eso de lo que se trata. Hubo amor y hubo sexo antes de ti, a veces separados, a veces en mágica y perfecta consonancia; puede que hasta lo sintiera con la misma intensidad en su momento, pero todo se desvanece ahora, cuando siento que me derrito, cuando vuelvo a tener quince años, cuando me tiemblan las piernas y se me seca la boca. Será que sabía vivir, pero no sentirme viva.

Será que vivo para el presente..., para lo que siento aquí y ahora, por las cosquillas que viven en las yemas de tus dedos, en las ganas de provocarte, en la curva de tu cadera encajada en la mía al dormir, en el olor de tu pecho y en que me sobran almohadas entre tus brazos. Vivo en las sonrisas que brotan solas y sin querer, en tus manías y tus expresiones, en los brindis de tus pestañas y las motas más claras en el chocolate de tu mirada enamorada y legañosa en el despertar. Se me olvida lo que haya sentido antes, y esa es la verdad, sintiéndome astronauta cuando me abres la puerta para que me pierda en tus lunares, me quede sin aire pensando que quiero que me beses, me beses y me besayunes hasta gastar las bocas de tanto decirnos que nos queremos, quiero vivir sin hacer la cama porque para qué molestarnos, comerte a versos, tragarme las palabras y los prejuicios y dividirme y deshacerme cuando me tocas.

Qué te digo, si no sé qué me has dado. Sé muchas cosas, otras las desaprendo contigo, las desmonto y las reinvento y así, sumando, multiplicando, exponencialmente..., te añado una y otra vez a mi lista de sueños cumplidos.

domingo, 18 de abril de 2021

Memories

 El olor a comida engalanando las estancias, mis dedos manchados de los entresijos de la cocina. Cantando con voz cascada. Cosiendo. Limpiando. Persiguiéndola bajo las mesas y entre las cortinas.

Un banco de piedra con un corazón pintado, desdibujado por el tiempo, pero aún nuestro. Hace algunos años regresé, repasé los contornos con pintura negra y blanca y me expulsaron del centro; pero no podía dejar que se desvanecieran los recuerdos.
Abrazos cada vez más huesudos. Olor a crema, suavizante, Loewe y cigarrillos. Abéñula negra y un pasador con diseño acolchado en tonos de azul deslavado, el pelo curvándose hacia dentro como una sola onda similar a un moño. Mantas y edredones de retales tamaño cuna.
Y un montón de gustos extraños, como cebolla, vinagre de la Flor del Contado y patatas crudas con sal. Verduras crudas en general. Masa de bizcocho sin hornear, nata, frutos secos y caramelo. Café sin azúcar, pero acompañado de bizchoco, pastel, helado, casi cualquier cosa dulce vale. Ropa tan bonita que hasta los chándal eran de marcas pijas. Maquillaje echado a perder y joyas guardadas; el tintineo de las pulseras contra el cristal del reloj en la mano izquierda.
Cuidados. Arroz con leche cocinándose a fuego lento delante de la silla de ruedas. Cremas, talco, vendas y las mejores curitas del planeta. Un sana-sana y un beso, el sonido de un galibo de ambulancia silbado mientras me da agua, porque me he quemado comiendo. Primero ella a mí, y luego al revés. Me gusta cuidarla
 
Al final, pensándolo bien, no es otra cosa que nostalgia. La nostalgia de lo que era y ya no será. La nostalgia de lo que fue y yo no conocí. La nostalgia de lo que pudo, lo que debió haber sido..., lo que muchos tienen y pocos aprecian.

No.

 No me gustan los saludos vacíos, ni los silencios que realmente quieren decir muchas cosas.

No me gusta que estés tan lejos, ni que seguir arañando los huesos de lo que fuimos se sienta como una obligación.

No me gusta sentir que tengo que borrarte de mi vida y recordarte a la vez. No me gusta sentir que soy la única que te echa de menos... a veces.

sábado, 3 de abril de 2021

Goodbye kisses on an oddly cold day.

I can't stop thinking that one day, at some point, we made love for the last time, not knowing that would be it for us.
His first girl, my first love.
I remember the exact day and it's quite symbolic. So was sex; we communicated through it. Sex was romantic, slow, savage, fast, quick, recreational and sometimes even desperate. Until... It wasn't anymore.
I remember how he untangled my hair with his very large hands that day. I sat on his lap, kissing him almost frantically, for all the kisses we'd miss out. Goodbye kisses on an oddly cold day.

27. 24. 25. 30.
Just numbers, just days.
Like many things between us, I'll be the only one to remember..., To even notize.

Saturación

« No puedo respirar.
Se me escapa el aire sin que consiga hacerlo mío.
Soy un estorbo, una carga. Le saturo. Soy demasiado intensa, no sé hacerlo bien.
No me entra oxígeno en el cuerpo.
No soporto esta presión en el pecho.
Ya ha visto los errores, los fallos, las imperfecciones.
Qué decepción de persona soy. Un fraude. Ni cuando quiero ayudar, puedo.
Perdóname por no hacerlo mejor. Necesito saber que me perdonas...
Siento haberte saturado. Siento no haber sabido medir las palabras.
El aire quema en mi laringe y estoy asustada.
Quiero esconderme, quiero irme a casa.

Estoy cansada de ser tan inútil, tan incapaz... »

miércoles, 31 de marzo de 2021

Skin on skin

    Sus ojos parecieron cambiar de consistencia cuando dejé de temblar con los estertores de otro orgasmo. Adquirieron un brillo particular y se volvieron blandos, suaves, como si fueran a derramar algún sentimiento inefable. Había algo amable y sensual en el gesto con que me desabotonó el vestido, pero sé que no buscaba nada de esa índole; era solo mi piel, mis poros, que parecían llamarle y necesitarle.

A veces me asustaba necesitarle así. No en ese momento, sin embargo, cuando me abrazó, completamente desnuda, y me movió por el colchón como si no pesara nada. Me colocó en mi lado suavemente y me cubrió la piel hipersensibilizada con las sábanas y la colcha; mi piel acusó la frialdad de la cama vacía y eché de menos esa forma tan natural que tenía de tocarme, moviéndome como si fuera sencillo.

Adoré eso de él desde el primer día. Era difícil no darse cuenta de la seguridad con que caminaba, gesticulaba o hablaba; seguridad que imprimía sus gestos al tocarme. Yo estaba acostumbrada a alguien que lo hacía con familiaridad pero que no iba más allá de cogerme de la mano (fuera de la cama) y me derretía el descaro con que buscaba mi cintura y dirigía mis movimientos a su antojo, y no solo cuando se trataba de contener o acelerar mis movimientos sobre el colchón; su forma de explorar mi piel, acariciarla, recorrerla, presionarla o calentarla. Como si fuera la suya propia. Como si supiera cómo despertar o calmar cada terminación nerviosa a su antojo.

Y mi cuerpo responde..., y pide más. Pide sus dedos entrelazados con los míos al dormir, pide su mano enterrada entre los mechones de mi cabello. Pide que no haya otro calor, otro olor u otra suavidad que sentir, que apercibir. 

Sensaciones.

     Me siento florecer por dentro con cada nuevo despliegue de sensaciones en la piel. Un dedo curioso, mimoso, recorriendo las orillas del escote de mi mono de algodón desde la espalda, hacia el pecho, trazando un camino por el cuello. Una mirada que roba el aliento, clavada en mis ojos, destilando seguridad y un poco de sorna; saboreando su respiración en mis labios y ardiendo por dentro, en silencio, porque me toque, porque me bese, porque me acerque.