Recuerdo que la noche del tres de enero me eché a llorar. Diego no estaba. Me desperté en plena madrugada con el alma hecha trizas y un sabor en la boca de algo que nunca había probado. Me miré al espejo y no reconocí el rostro deformado que me devolvía el cristal.
Su nombre me llenaba los labios, los pulmones, el dolor que vivía en mis huesos.
Ahora quisiera volver atrás y decirme que todo pasa.
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