Me cosquillea la piel ahí donde él me toca; donde no, mis poros suplican por su tacto. Me besa de esa forma que es solo suya, despacio pero con hambre, mordiendo, lamiendo, tanteando mis respuestas con toda su boca. Juro que me cuesta respirar y, a la vez, todo lo que quiero es saturarme de su olor hasta que pueda saborearlo en mi paladar, en mi garganta.
¿Qué te pasa? Ronronea, sonriendo como un bendito, sabiendo lo que me hace. Sabiendo que el corazón me salta dentro del pecho, que las mariposas me han dejado las tripas hechas un gurruño de tanto revolotear, que solo puedo pensar en lo suaves que son sus labios cuando se unen, formando burbujas de aire en forma de palabras de amor. Algo parecido a la lujuria palpita al sur de mi cintura, y algo más cálido y difícil de definir late, espoleado, en mi pecho.
¿Qué me pasa? Me repite, y a mí se me escapa un gemido que condensa mis ganas de tragarme cada centímetro que haya entre nosotros el resto de nuestras vidas.