El tiempo se marcha de entre mis manos mojadas de agua y lejía, a veces como un borrón, a veces como el lento gotear de un grifo roto. El tiempo, tan insustancial, se pasa, rozándonos a todos; también a mí. Entre el frotar desganado de la balleta sobre la vitrocerámica, el barrido perezoso de las cerdas de la escoba por entre las líneas del mármol blanco. Y mientras, la luz se escurre por las ventanas y desaparece, un día tras otro tras otro, entre sábanas y ropa arrugada sobre el mostrador del lavadero, escondida en la montaña de papeles coloreados de post its y subrayador fosforescente que sigue acumulándose en mi escritorio.
Todo empezado, y aún así todo por hacer, el tiempo deja su residuo en mi mente acalorada de trabajo atrasado. Demasiado tiempo, o demasiado poco, y menos motivación aún, eso es lo que tengo yo.
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