Ahora mismo estoy oyendo llorar a mi hermana. Después de un día de trabajo, de reventar la rueda del coche comiéndose un bordillo, de tirar el número tres de la casa y de una tarde de cervecita y piscineo, tiene que irse al hospital después de un día de pseudo-mierda, un tranxilium y un café.
Ale intenta consolarla, recordándole cosas que se supone que deben hacerle ilusión.
Yo no puedo levantarme del sofá.
O más bien no puedo levantar mi alma del abismo.
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