Él es mi alma gemela. No me complementa, porque yo no necesito adornos: soy una, única e indivisible, perfecta en mi humanidad inherentemente imperfecta y voluble.
Él es mi alma perfecta porque hace mucho más que encajar conmigo. No somos dos piezas de un puzle, sino que yo soy un puzle completo y él es otro. Me encanta admirar sus piezas, buscarlas, aprenderlas, encajarlas y reencontrármelas. Cada pequeña parte de él es una imagen y un todo. Encuentro nuevos pedacitos preciosos cada día y eso me apasiona.
Es la persona más importante que conoceré en la vida, lo sé, incluso sin haberla vivido del todo. No es fácil y perfecto, aunque al principio lo pareciera, pero es increíble. Es un espejo en el que no siempre me gusta mirarme, porque saca todo lo que tengo reprimido y me hace volver la mirada hacia dentro para poder entenderme, apreciarme y cambiarme si lo necesito. Por eso a veces me enfado, me frustro y me vuelvo contra él; pero como espejo que es, él no tiene responsabilidad ni culpa de si a mí me gusta o no lo que veo. Lo mejor es que me desinhibe, tira abajo todos mis muros y me abraza y me recoge incluso donde yo solo veo fallos, fealdad y miseria.
Aquel personaje estrambótico de una novela reciente, Richard el Texano, le explicó a la protagonista del libro que vivir con un alma gemela es demasiado duro, porque "están hechas" para llegar a tu vida a quitarte el velo de los ojos y marcharse. Yo me niego a creer que nadie "esté hecho" para absolutamente nada; estamos hechos para lo que nosotros decidamos que estamos hechos. Se quedará si quiere, se marchará si así lo decide, y es precioso porque es su decisión y, para mí, su voluntad de estar conmigo es más poderosa y vale más que mil azares o un millón de destinos.
Mi ginecólogo me dijo el otro día: no cambies nunca; como si yo pudiera evitarlo. Me gusta pensar que me adaptaré a lo que venga e intentaré siempre ser un poco mejor. Y me gusta quién soy cuando estoy con él. Me gusta la persona en la que me estoy convirtiendo.