domingo, 30 de octubre de 2022

The missing piece I need.

     Sé que este dolor tan preciso en el centro puro del pecho es porque te echo de menos. Como en una ruptura, ni siquiera puedo escuchar las canciones que solían unirnos; me refugio en recuerdos más felices y menos dolorosos, recuerdos sin intrusas, sin terceras partes. Memorias de ti y de mí encerrados en una casa demasiado grande para lo mucho que nos necesitábamos. Reconectando en el jardín en las noches cálidas, con dos Coronas por delante, rodeados del olor de la tierra recién regada y del silencio de un mundo expectante.

Dime, ¿qué nos ha pasado? ¿tú también piensas en mí?

Yo intento no pensar en ti. Duele demasiado

miércoles, 19 de octubre de 2022

Sí, ¿quién?

     A menudo revivo aquel primer fin de semana en mis recuerdos. Dios, qué nerviosa estaba. Me costó horrores manejar la expectación, la ilusión y la culpa en un mar de incertidumbre mientras disponía todos los detalles. Al menos estaba segura de estar haciendo las cosas bien, creando una sólida sorpresa, una primera vez para él..., para ambos.

Siento que es injusto que le dedicara una entrada tan escueta, demasiado preocupada por factores ajenos a nosotros dos.

Hoy por hoy, de ese fin de semana en Aracena me quedo con el magnetismo. Había algo indefinible y mágico que atraía nuestras pieles la una contra la otra en una sensación maravillosa. En la música o en el silencio, nuestros ojos se encontraban y la habitación se llenaba de electricidad estática..., los labios chocaban, los cuerpos se buscaban, y en un nudo apretado intentábamos expresar con placer aquello para lo que no nos daban las palabras. Incluso cuando era físicamente imposible seguir, nuestros poros parecían anhelarse a cada segundo que no estaban llenos el uno del otro.

Ah..., casi dos años, ya. ¿Quién lo hubiera dicho?

domingo, 16 de octubre de 2022

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     No me sentí más joven la noche del sábado, con la copa en los labios y la cabeza difusa por el alcohol. Al contrario: me sentí más mayor si cabe, más cansada, más anhelante de dormirme temprano y ver amanecer que de imitar a mis amigas, que perreaban, bailaban, y compartían besos hambrientos con sus rolletes. Tenía razón al afirmar que eso ya no me atrae y me sentí aliviada: no es que me sintiera vieja en casa, con Diego; no me sentía vieja en absoluto, en realidad. Solamente necesitaba un respiro, un descanso.

Casi paradójicamente, fui de las que más aguantó despierta. Dormí poco y mal, me sentí sola sin su cuerpo cálido a mi lado, sin el pulso constante y sólido de su corazón bajo mi oído derecho. Finalmente terminé por desvelarme en medio de una madrugada silenciosa y fría como una cuchillada en mi rostro caliente y salí al porche, si es que aquella antesala enlosetada podía considerarse como tal, temerosa de que mis incesantes vueltas en el saco de dormir terminasen por despertar al resto en el dormitorio comunal.

La cachorra de gato calicó se levantó de la silla de plástico donde estaba enroscada y se me acercó ronroneando. No podía tener más de dos meses, aunque parecía un poco más grande entre todo aquel largo pelo tipo pompón; el rostro era dulce y armonioso, el intenso patrón coloreado no se parecía más que vagamente al de mi gata, pero por algún motivo, sus hermosos ojos verdes me recordaron a ella y me hicieron sentir en casa. Era una auténtica beldad que encandiló mi corazón desde el primer vistazo. ¿Dónde estaba su mamá? me pregunté mientras la acariciaba, dormida ya sobre mis piernas. Podía sentir sobre mí los ojos adormilados de los otros cachorros menos amigables de la manada; la gatita se estiró felizmente buscando mi mano y supe que estaba hecha para mí. Era mía como lo era Leia..., ¿o acaso era yo suya?

Es cierto que no me gustan demasiado los animales, pero cuando ocurre esa conexión mágica, son más familia de lo que cabría esperar. Ocurrió por primera vez con Matcha, a quien siento mío, aunque esté a decenas de miles de kilómetros de mí. Ocurrió con Leia, que me robó el sentido con sus ojitos ciegos y su pelito despeluchao con apenas seis semanas de vida. Ha ocurrido con Padme, a quien acariciaba y abrazaba contra mi pecho mientras un amanecer tardío pintaba acuarelas en el cielo de otoño.

viernes, 7 de octubre de 2022

Veneno.

     Se marchó. No se llevó con él la culpa, sin embargo.

No sé qué palabras dedicarle a una criatura que, en un sentido práctico y legítimo, no formaba ya parte de nuestras vidas. Más lágrimas le he dejado de las que yo misma pensé.

Puedo jurar que sentía que la calle era su sitio. Su libertad, sus cielos abiertos. Alimentado, acompañado y (quiero pensar), feliz. No debió morir como lo hizo, entre cuatro estrechas paredes blancas, sedado y con un un gotero enganchado a su patita derecha. No lo supo, pero lo acaricié por las veces que no me dejó hacerlo, y por papá, que no estaba allí.

A decir verdad, me vi muy sola. Me sentí muy sola. No supe pedir ayuda, pero lo cierto es que la necesitaba.

Rígido, espasmódico, con la lengua extrañamente inflamada y marrón fuera del morro, él me miró fijamente como si me viera de verdad, todo pupilas, y su corazón se apagó, llevándose los temblores. En menos de dos minutos ya estaba flojo y frío, en mis brazos.



Bueno, Do. No te quise como debería, pero tampoco me dejaste muchas opciones. Siento que fuera yo, y no papá, quien te sostuvo por última vez. Espero que te llegara su amor a través de mí. Siento no haberlo sabido hacer mejor, perdóname. Espero que haya más allá, para poder sentir que de alguna manera sigues vivo, y espero que estés donde estés seas feliz.

Adiós.

sábado, 1 de octubre de 2022

Sentido

 ¿Qué más puede ofrecerme la vida, cuando cada día es más duro vivirla?

Las sensaciones son solo eso: estímulos efímeros de placer, dolor, curiosidad o nervios. El mindfulness ha tenido a bien dejarme toda una colección de sensaciones en las que sostener el peso de los sentimientos y emociones que me faltan.

Sin poder ponerle nombre al peso opaco que me atormenta en el pecho, la realidad más tangible es que en estas fechas me voy a dormir deseando que sea la última vez, con la satisfacción plena de quien ha comido suficiente y tiene el estómago lleno. No en paz, pero sí con ganas de no empeorarlo más. Luego me despierto enrarecida, decepcionada ante la luz de un nuevo día, pero decidida a seguir buscando sensaciones con las que justificar el paso de las horas.

Así, se me va la vida. Una nostalgia engañosa pinta un gran trampantojo de pasado feliz con recuerdos artificiales creados a partir de fotos edulcoradas y textos de motivación. Consigo mentirme a mí misma y, en mi deseo de retroceder, siento miedo y desidia de mirar hacia adelante. ¿Qué experiencias me quedan por vivir y motivan que siga empujando las ruedas de este pesadísimo mecanismo? ¿Ser madre?
Solo se me ocurre una respuesta. Dulce como su sonrisa o el brillo de sus ojos. Solo siento el profundo y anhelante deseo de robar un día tras otro a su lado. De algún modo, su mera existencia acabó por darle sentido a todo.