Si lo piensas, no tendría mucho sentido que me despertara la mañana del 13 de noviembre de 2020, porque entonces el grueso de los acontecimientos ya habría sucedido durante la madrugada de nuestra primera conversación.
Así que me sitúo en el 12 de noviembre, un jueves cualquiera sin mucho que contar. Me despierto a mediodía con la melodía impertinente del despertador y los ojos hinchados de haber dormido poco. Me tomo unos instantes en la cama para hacer memoria de las cosas que tendría que hacer este día, pero es una época tan confusa para mí que termino por consultar el móvil con un deje de sorpresa -¡wow, mi viejo Xiaomi! - para verificar, aliviada, que no tengo clase hoy. Qué conveniente. Una notificación de Twitter con una "exclusiva" del diario El País tiene la amabilidad de recordarme todas aquellas pesadas normativas de desplazamiento COVID como el toque de queda y la pared invisible que desconectaba los municipios entre sí.
Me levanto con energía, aunque el frío me sacude rápidamente los huesos.
La cocina huele a un guiso cálido y reconfortante para un otoño inusualmente frío. Mi padre, solícito y dulce como solo él sabe ser, me sirve un cuenco humeante de un puchero denso, oscuro, donde nadan patatas, zanahorias en abundancia y unos tímidos fideos coronados por una porción generosa de taquitos de jamón picados a mano en ese mismo instante. Me asalta la nostalgia mientras saboreo la cocina casera y me siento mimada; aunque no es que no esté acostumbrada a los mimos, la verdad.
Sobre la mesa de la cocina, la pantalla del móvil se ilumina con una notificación de WhatsApp de mi ex novio. Ah..., él. Daño colateral. Compruebo con irritación que el móvil va a pedales cuando abro el mensaje:
- Hola, mi vidita bonita
Acompaña el texto con un montón de emoticonos de monos, pollitos, koalas y corazones lilas y verdes. Qué empalague, joder. Al menos la ortografía es impecable, gracias a mis interacciones durante los últimos cinco años. Sigo leyendo:
- ¿Qué tal tu descanso? No he querido hablarte antes por si te despertaba, mimi.
Todo él suena tan sumiso, tan blando que pongo los ojos en blanco; pero vagando un momento por mis mensajes anteriores me doy cuenta de que yo también... ¿era? ¿soy? así. No sé qué tiempo verbal usar, la verdad.
Valoro la situación. Mi mente tiene 25 años, para mí ya han transcurrido casi dos años sin saber nada de él y sus palabras no despiertan nada bueno dentro de mí. Sin embargo, sigo sin querer hacerle daño. Después de muchas dudas y unos cuantos intentos, envío un mensaje que me suena poco comprometido:
- He dormido bastante bien, gracias. Como esta noche no trabajo, he decidido levantarme un poco más temprano, a ver si luego puedo dormir algo. - Suena muy seco. Inserto una carita feliz - Ahora voy a relajarme un poco y a hacer algo de ejercicio.
Bloqueo el móvil. Sé que me va a decir que me quiere con toda su alma, que me echa de menos, porque mi yo de hace dos años ya comenzaba a distanciarse, a contestar menos, a ser más seca. No sabría qué contestarle, aunque me apeteciera.
Las cosas son distintas a cómo las recordaba, o quizá es que he borrado algunos detalles de mi mente y ahora los redescubro con especial cariño. Mi madre ha decidido que no quiere vivir encerrada en su habitación y baja las escaleras reptando a culazos para instalarse en el salón, como cuando yo era pequeña, lo cual me devuelve una calidez desconocida. Ahí será donde dentro de unos días le confiese que estoy enamorada de otra persona, llorando contra su regazo.
Por otra parte, vivo en casa, lo cual ya es un cambio bastante grande. Mi cabeza está ya habituada a otros bioritmos, pero no pasa nada, es como estar de vacaciones o algo. Un cambio extraño, temporal pero no malo. Vivo con mi hermano y no hay cuñada a la vista, esa es otra cuestión, y una parte de mí se muere por enterrarse con él en frente de la PS4 con su plaid suavito y marrón de toda la vida.
Pero no es momento para eso. Tengo un recuerdo precioso que revivir y quiero hacerlo bien.
El resto de la tarde lo dedico a acicalarme. Me atuso bien el cabello, que comienza a crecerme más allá de las clavículas, de modo que pueda dejarlo suelto, porque sé que a Diego le gusta. Me pinto las uñas del mismo profundo color granate que aquella vez, para que se imagine en algún momento que dejo surcos rojos en su espalda mientras gozo bajo su cuerpo. Mientras lo hago, no dejo de recordarme que él está realmente pillado por otra mujer ahora mismo y no me verá de esa forma, pero tampoco sobra. Incluso me maquillo un poco, con naturalidad y mimo. No fue difícil eliminar a la competencia entonces y no creo que ahora lo sea más; lo suyo hace aguas casi desde que la cosa empezó.
Ale vuelve a escribirme a eso de las ocho para recordarme que me quiere, y la incomodidad que siento me gana la partida. Cojo el teléfono y tecleo rápidamente, casi sin pensar:
- Oye, escucha, sé que no podemos movernos en teoría, pero mañana he pensado en ir a tu casa por la tarde. ¿Te viene bien?
Escribe. Para. Escribe. Para. Puedo sentir su angustia, pero ahora no cargo con un remolque de culpa.
- Vale. ¿Pasa algo, baewiwi?
Me muerdo el labio. Decido ahorrarle un poco de sufrimiento con una mentira piadosa:
- No, solamente quiero verte.
Unas horas más, y el peor error que he cometido en estos años se esfumará ante mí como humo. Sin dobleces, sin mentiras: he conocido a otra persona y quiero romper. Lo siento, pero se acabó. No me escribas más. ¡Y a volar!
La tarde se esfuma y yo espero impaciente a que lleguen las dos de la madrugada, con un pijama bonito y algo descocado que ofrece mis clavículas y parte del pecho a la vista, y bastante más a la imaginación.
Las 02:17. Envío un mensaje al grupo de trabajo deseándoles buena noche y, apenas unos segundos más tarde, recibo una notificación de "Diego TM" en mi móvil recalentado:
- Como te vea despierta te deniego todos los dlf que pidas
Y caritas que se ríen. Me muero por verle. Él no lo sabe, pero añoro su risa rebotando en las paredes de nuestra casa, su voz gimiendo contra mi cuello, riñendo a la perra por vete tú a saber qué, diciendo que me quiere. Pero este hombre aún no sabe que me querrá mucho y dentro de muy poco; es hora de acelerar las cosas.
- No puedo dormir. ¿Te importa si te hago compañía?
- Claro que no, peque.
Y un guiño. Es mi señal. Pulso el icono de la cámara e inicio una videoconferencia con el corazón en un puño. Dos segundos más tarde descuelga y me recibe un rostro moreno y sonriente, el cabello algo largo y despeinado, a juego con la barba, y una camiseta gastada de Super Nintendo. Así y todo, ahora mismo es lo más bonito que he visto en mi vida; pero me trago el latido desaforado que me llena la garganta y esbozo una sonrisa que espero no sea demasiado trémula. Y me lanzo:
- Después de anoche, tenía ganas de verte.
Sonríe. Nos queda mucho por recorrer, pero eso él aún no lo sabe.