jueves, 31 de marzo de 2022

If feelings weren't there before...

     La primera vez que tuve sexo por voluntad propia, temblaba como una hoja.

    Fue una tarde calurosa de junio, tenía 17 años y estaba en casa de un amigo que me gustaba mucho pero con el que todavía no había nada definido. Llevábamos ya unas cuantas semanas tonteando, besitos aquí y allá, y se nos presentó la ocasión perfecta: estábamos a solas en su casa, fresquitos bajo las ráfagas intermitentes del aire acondicionado de su amplio dormitorio, viendo Kill Bill (vol. I) en la penumbra y coreados por el crujido de las palomitas recién hechas. Había tensión en el aire, la clase de atmósfera de expectación y de ganas contenidas que tanto me gusta del proceso de seducción; no sabía yo hasta hace muy poco que esa sensación puede perdurar más allá de las fases iniciales de conquista, y ahora corona mi vida sexual con esa chispa que parece no apagarse nunca.

    Volviendo a aquel día, tengo que confesar que fue todo muy turbulento en mi cabeza. A mis omnipresentes inseguridades físicas tenemos que sumarle que no le había contado nada a nadie, y menos a él, sobre el incidente del año anterior y estaba aterrorizada, al fin y al cabo, mi único contacto con el sexo había estado manchado por el dolor, el miedo y la violencia; pero estaba preparada para pensar en el tema. Estaba contenta, sin embargo, porque por primera vez en año y medio sentía deseo y una pulsión abiertamente sexual. No estaba segura de sentir algo por él y estaba convencida de que el sexo aclararía mis dudas, no olvidemos que he crecido en los modelos afectivos y de responsabilidad emocional de Awkward, Sex and the City o Gossip Girl.

    Aprendí muchísimas cosas esa tarde, aspectos de los que no tenía ni idea y que no salen en ninguna película, serie o libro, como que se requiere práctica para aprender a hacerlo bien y descubrir qué te gusta y qué le gusta al otro, que toda relación sexual tiene momentos raros e incómodos al principio, que nada es tan coreografiadamente perfecto como en mi imaginación y que, si no me dejaba llevar, no disfrutaría nunca. Eso también se aprende. También recibí una lección importante sobre sentimientos: si no estaban ahí antes, el sexo no los iba a despertar mágicamente. Sería solo eso, sexo: ni bueno, ni malo; divertido, íntimo, un poco incómodo, placentero..., pero no era un acto de amor. 

No sentí ningunas ganas de besarle, abrazarle o acariciarle el rostro cuando hubimos acabado. 

miércoles, 30 de marzo de 2022

Y ya estaría

     A veces me sorprende el poco tiempo que llevamos juntos en realidad y lo mucho que nos queda por aprender al uno del otro. Es, sencillamente, como si hubiéramos estado toda la vida juntos.

Pero no hace tanto de todo. De los vaivenes, de la ruptura, de la primera cita, de la escapadita de cumpleaños, de la primera vez, del sexo clandestino en Minerva, del alquiler, de Leia y Do, de la terapia, del primer viaje, de las primeras navidades. Es todo tan reciente y a la vez tan familiar que me confunde no saber cómo reaccionar en situaciones complicadas, cómo llevar temas delicados y qué bromas tienen una asociación anterior a mí detrás y, por tanto, es mejor evitar.

Por eso me sorprende. No hace mucho que compartimos tiempo y espacio por primera vez, una apuesta en común y un colchón bajo nuestros cuerpos. Me sonrió, aún somnoliento, desde el otro lado de la almohada, y cuando me dio un vuelco el corazón supe que quería estar con él toda mi vida. Todo lo demás ya vendría, poco a poco, y lo enfrentaríamos como dos rocas firmes en medio del océano.

Mi roca, mi pilar, mi lugar seguro...

Para siempre.

martes, 29 de marzo de 2022

Deva es pequeña, blandita, suave...

     Éramos cuatro cuando cruzamos la frontera y volvimos siendo cinco.

    No es una experiencia ajena, pero, a la vez, es intensamente nueva. Sacamos adelante a nuestra cachorra abandonada y a nuestro pequeño niño especial, cada uno único a su manera. Sosteniendo a Deva en brazos por primera vez - tan delicada, tan blandita, tan suave y pequeña - me acordé de la calidez del cuerpecito de Leia buscando calor en mi cuello, de sus primeras escaladas en la colcha, de sus correteos y sus acurruques. Me inundó la misma satisfacción que la primera vez que Do me dejó acariciarle, que se subió a la cama a mi lado para buscar mimos y vigilarme el sueño; me pregunté entonces y me pregunto ahora cómo es que se puede querer tanto a estos pequeños seres tan traviesos y bribones, tan agradecidos, tan dependientes y a la vez tan libres.

    Estoy segura de que ver crecer a Deva será toda una experiencia. Enseñarle a que nos mire, a que venga, jugar con ella, salir de viaje..., será un vínculo único que no he tenido nunca antes (porque mis michis solo forman parte de una esfera doméstica y privada) y no sé cuánto amor me queda en el cuerpo, pero siento que estallo cada vez que escucho las tiernas palabras de cariño que mi marido le dirige a la perra, su forma de acariciarla, de cogerla, de abrazarla, de fotografiarla y de admirar su belleza y su tierna y silenciosa sumisión.

    Ay, Deva..., casi no te conozco y la soy, de alguna manera, tuya.

lunes, 14 de marzo de 2022

Nuevas eras, viejos miedos.

     Una escena a cámara lenta se transforma en mil recuerdos, rotos en mil pedazos entre los fragmentos de la memoria. Prensados y enterrados.

Gritos y gemidos de dolor, ojos salpicados en sangre, vómito amargo, tripas fuera de su sitio, colgando inertes y oscuras, heridas abiertas supurando pus, huesos rotos y articulaciones en posturas imposibles. Un rostro desencajado, mirada suplicante que no encuentra mis ojos ni reconoce mis facciones.

Mamá. ¿Cómo te ayudo? ¿hasta dónde podemos llegar, exigiéndote? ¿hasta dónde es humano que sufras, que llores, que aguantes? Mamá, ¿me perdonas? me suplicaste que no te obligara a subir a la camilla, pero yo igualmente permití que te asieran como una muñeca, te agujerearan con sus inyecciones una vez más, te llenaran de drogas y te hicieran daño. Una vez más colaboré en obligarte a tragar, hasta provocarte nuevas arcadas, una vez más hice cuanto pude por mantenerte viva, por mantenerte entera, aunque sea a partes, por echarle este pulso eterno al tiempo que nos queda juntas.

En mi egoísmo, lloro por todo lo que podría haber sido y no fue. Lloro de nostalgia por las compras que no hemos hecho juntas, por los picnics que no hemos disfrutado, por los paseos que nunca dimos y las películas que nos perdimos. Lloro por no haber sabido agarrarme más a las cosas que sí forman parte de nuestros recuerdos compartidos, lloro por si no puedo mirarla desde el altar el día de mi boda, poner a mi bebé en sus brazos y pedirle consejo cuando no sepa qué hacer con mi vida. Lloro porque la necesito y quiero liberarla, lloro porque tengo miedo a vivir sin ella.

Lloro porque, donde antes veía a una mujer enferma agotada por el dolor, ayer vi a una anciana. Consumida hasta límites que nunca había visto, en decúbito lateral, como lista para ponerse sus alas y marcharse, gemía. Me pegué sus huesos al pecho y al vientre y le supliqué que se quedara un poco más. Da igual cuánto me haya preparado, no puedo. No puedo admitir que lo veo cerca, no puedo y no quiero volver a despedirme. No puedo y no quiero verla sufrir más, no me veo capaz de seguir, me ahogo, necesito ayuda.

Y seremos cinco

     Hace ya mucho, entrando en la adolescencia, se me antojó tener un perro. Viéndolo en retrospectiva, creo que me sentía un poco sola, y había idealizado la figura de un compañero ideal, un fiel apoyo que estuviera sensibilizado para con mis emociones pero no pudiera preguntarme al respecto. Un peludito que, aunque no pudiera entrar en casa para molestar con sus alergias, siempre me esperase en la puerta. Por supuesto, una mascota (y un perro en particular) exige unos cuidados y una dedicación que yo no estaba preparada para prodigar, pero en ese momento no lo sabía. Por suerte, mis padres sí supieron verlo y, so pretexto de lo caro que es comprar un perro (¡si yo hubiera sabido entonces que existían las perreras y las protectoras...!), estuvieron meses negándome el capricho hasta que me rendí con ellos, aunque no dejé de envidiar a mis amigos con sus cachorros.

Como digo, no era el momento, pero la ilusión nunca desapareció, y ahora me encuentro, casi quince años después, en una ensoñación llena de expectativas sobre una bolita de pelo negro y fuego que se me pegue a los talones y me siga con sus torpes pasitos sobre el terrazo; solo que ahora comprendo mucho mejor el alcance de lo que exigirá de nosotros: tiempo, dinero, amor, paciencia y consistencia.

Para empezar.

Creo que no está nada mal.

viernes, 11 de marzo de 2022

Wherever you are

     En sueños recibí la visita de unos labios fantasmales. Unas manos anchas, cálidas y un poco ásperas navegaron por debajo del algodón y amasaron la carne blanda y dispuesta. El chasquido húmedo de los besos y el eco vibrante de dos respiraciones desesperadas rebotaron por las paredes desnudas, llenando con sonidos de sexo la penumbra de la habitación. Su aliento, su sabor, familiar y a la vez lejano e inasible como solo lo son las cosas de los sueños.

La alegría y el amor me estallaron en el pecho con tanta fuerza que por poco no me despiertan. No quería abrir los ojos, quería perderme en su disposición para el amor, en la pasión, para el abandono de esta persona que encarna todo lo bueno que conozco y ambiciono, este hombre fuerte y sensible, inteligente y fiel, este hombre que no formaba parte de mi universo hace tan poco y sin embargo hoy se lo ha comido entero. Quiero quedarme toda la vida en el abrazo amable de su sueño fácil, en la respiración sosegada, en sus movimientos nerviosos cuando está concentrado, en su sonrisa de niño malo y en la seguridad de su tacto.

Quiero quedarme donde tú estés...

jueves, 10 de marzo de 2022

Los desvanes de la memoria.

     Escribo esto para despedirte, amigo, porque necesito sanarme de lo que pudo ser y no fue. Siento más culpa que pena, y eso incrementa la sensación de mórbida superficialidad que me corroe.

Lo siento, Django. Vas a pagar las consecuencias de cosas que no puedes controlar, como tu raza, tu altura, tu peso, tu tamaño y hasta el color de tu pelaje. Todo ello mal gestionado y aderezado por los vaivenes de una situación que no entiendes y que es superior a ti: la de tres mujeres adultas que no han sabido comunicarse. La indiferencia de Jessica, la falta de contacto entre ella, Violeta y yo, la pulla doliente de la segunda. Mi rabia airada y orgullosa, el miedo a repetir los frustrantes tira y afloja de las protectoras, la presión impuesta para sacar a un cachorro de la calle y darle refugio, comida, seguridad, amor, paseos, vacunas, dinero, peluquería, cuidado de las uñas, antiparasitario, y compra el collar, el arnés, la correa, una corta y una larga, la caseta, los comederos..., ¿y el agotamiento, quién me lo compra? pregunto porque lo tengo a puñados, a toneladas, a mares. 

La experiencia ha sido dolorosamente tediosa y triste para los dos. Para mí, que abracé a mi perro por última vez hace ya dos meses, después de toda la tarde jugando y corriendo el uno detrás del otro, y le prometí que lo querría toda la vida, con su brillante pelo negro y rojizo, sus calcetines blancos, y esos pequeños lunares a cada lado de sus mejillas que le daba cierto aire de sonrisa dulce y travieso. ¡Qué ilusión me hacía pasar tiempo con él, enseñarle, pasear, salir juntos de viaje...!

Pero todo ha quedado en esperanzas para ti, mi niño. Siento haber creado unas expectativas que no se han cumplido. Lo siento si pasan los años por ti sin conocer una cama blanda, comida abundante y sabrosa y una familia leal; no es solo mi culpa, pero sí ha sido mi decisión, y duele. 

Ojalá venga alguien que te de todo lo que te mereces. Yo sacaré adelante otra vida, no la tuya, pero no por ello lo necesita menos. No te olvidaré, eso seguro...., bienvenido, Django, a los desvanes de mi memoria.

lunes, 7 de marzo de 2022

Compensaciones.

     Prometí que reflexionaría y esta es la mejor forma de hacerlo; nadie dijo que fuera fácil pero no por ello deja de ser absolutamente necesario.

Miedo e inseguridad tienen raíces muy anteriores a ti, a mí, a nosotros e incluso a las personas que formaron parte de nuestros universos sentimentales. No creo que tenga mucho sentido tratar de argumentar que toda mi inseguridad parte de mi pasado romántico, sino que está alimentado por rechazos de toda clase en torno a mi cuerpo, por el que siempre he sentido que tenía que "compensar" como persona.

Creía que eso estaba superado, pero ahora más que nunca es evidente que no. Sigue siendo más fácil asumir que el que esté a mi lado lo está por obligación, por necesidad, por lástima o por la mera ausencia de una alternativa más agradable. No es cierto, lógicamente sé que no es cierto, pero eso no quiere decir que pueda controlar lo que siento. ¡Ojalá fuera tan sencillo como dejar que la razón guiara al 100% mis emociones! y aunque no estén exentas de ella, son caprichosas y altaneras, egoístas y llamativas. 

Por eso, y aunque seas tú, aunque seamos nosotros y estemos escribiendo la historia de amor más bonita de todos los tiempos..., por eso, a veces, me asusto, me vuelvo loca de celos, y dudo. Como cierta asustadiza bolita de pelo negro, cualquier traspiés me lanza cien pasos atrás, a una mentalidad adolescente que me empuja a agradar por cualquier medio, y sí, también hablo del sometimiento sexual, de anular la voluntad para complacer. No está bien, lo siento. Se pierde quiénes somos y cuánto nos queremos.

Aún estoy aprendiendo.

martes, 1 de marzo de 2022

¿Arenque?

     El lunes once de enero de 2021 comencé a sentirme impaciente y ni siquiera sabía por qué. Con el ánimo crispado, pasé en silencio gran parte del día.

No sabría decir cuándo comenzaron a a girar los engranajes, pero me metí en la ducha con una apremiante sensación de prisa moviéndome los huesos helados a contrarreloj. Ahora sé que lo que buscaba con tanta ansia era la certeza de que todo lo que se había desencadenado en el proceso de demolición de mi vida había merecido la pena. No eran dudas, sino prudencia: años atrás, dejé lo que sentí que era mucho por alguien que, al término de la ecuación, me despidió con un beso en la frente y otra chica de la mano.

Sentada en el coche, la ansiedad me golpeaba como una bola de demolición. Sentía el alma entumecida y me preguntaba si podría amarle como él se merece que le amen; y cuando emergí del nido interminable de preguntas, estaba atravesando la SE-30 a una velocidad desaconsejable, alimentada por la adrenalina.

De cómo llegué, me perdí y reperdí y terminé por abandonar el coche en doble fila poco recuerdo. Le dicté un mensaje al móvil porque me temblaban las manos y no podía escribir, un mensaje que solo yo conservo y me trae buenos recuerdos. Su barrio me dio una impresión de laberinto de edificios atemporales y un poco oscuros, la misma sensación me asalta hoy cuando llego a los entresijos de su aparcamiento atestado de vehículos abollados y amontonados sin ton ni son. Las pocas personas que se movían por allí en pleno toque de queda, correa perruna en mano, me observaban con detenimiento y yo no podía estarme quieta. Supongo que ofrecía una imagen muy extraña.

Todo se me olvidó cuando abrió el portal tan fuerte que se produjo un chocazo con estrépito de barrotes férreos y lo vi correr frenéticamente como pollo sin cabeza, buscándome. Casi tuve el impulso de reírme, fruto de la pura ansiedad, creo, pero resistí a esa tonta manía traicionera con un firme mordisco de labios. Me golpeó entonces su perfume antes de poder dibujar sus facciones con mis torpes pupilas de miope en la oscuridad; luego, su cuerpo chocó con el mío como una fuerza sísmica que me dejó temblando entera de sorpresa y amor, sin aire, rodeada por una nube de sauvage y el sollozo ronco de un hombre que creía que no volvería a enamorarse como siempre quiso hacerlo.

Abandonada la esperanza de hallar palabras, me besó..., y qué beso. Pero eso se queda para mí.