Cuántas veces no habremos escuchado expresiones relacionadas con fogones, ¿verdad? El famoso calor de los fogones, el hogar, la familiaridad reconfortante del amor que colma la comida doméstica. Incluso aunque no sea la mejor, cuando llegue el momento, la añoraremos.
Ironías de la vida, nunca he cocinado con fogones, o al menos no con los típicos fuegos de gas que se me vienen a la mente con ese tipo de frases hechas. Todo lo que yo he conocido son las placas vitrocerámicas, con su cristal negro, su reflejo soslayado de la realidad culinaria, su distribución uniforme del calor y su bajo consumo. Eficientes y aburridas, pero aún así sinónimo de hogar para mí.
Imágenes de los vapores del puchero elevándose hacia la campana extractora colman mi mente de calidez. Peladuras de ajos, cebollas, zanahorias y patatas a mi alrededor. El aroma suculento de algo asándose en el horno y el crepitar del aceite haciéndole los coros al borboteo del tomate guisado. Sabores no de mi infancia, pero sí de mi juventud - refrito, fumé, pastel de berenjenas, queso gratinado, bizcocho de limón, albóndigas en salsa, pollo al chilindrón, carrillada, pisto de verdura con huevo, crema de calabacín. Comida no de mamá, no de la abuela, pero sí de papá, de mi hermana; mis anclas.
Pensaba que me gustaba cocinar hasta que me quedé sola, entonces aprendí que, cuando la comida es para mí, el placer queda relegado a un segundo plano y solamente existe el control. El proceso de preparación para a ser una mera composición química de la que busco la eficiencia de la nutrición fundamental, de no pasar hambre pero tampoco estar llena, de no ingerir demasiadas calorías, de controlar la fibra, el sodio y la grasa. Es una obligación desagradable que escasamente merece la faceta problemática y la inversión de tiempo en la compra, la preparación, la limpieza o el envasado.
Así pues, para mí, la cocina solo es acogedora cuando hay un corazón amado esperando a la mesa. Entonces los sabores, las salsas, las cremas, las guarniciones..., todo se convierte en canal sagrado..., en una suerte de corriente transmisora de cariño, el hilo conductor de lo mejor de mis sentimientos concentrados para el otro. No espero ni agradecimientos, ni gemidos de apreciación ni otro tipo de reacciones, pero... ¡qué placer cuando tienen lugar! los ojos se empañan, el pulso se ralentiza, un leve sonrojo adornando los pómulos y los labios liberamente contraídos, como reteniendo los matices en la boca. Entonces sabes que es posible que hayas mejorado el día del otro, aunque sea solo un poco, brevemente; y no existe mayor placer.
¿Será la mía, algún día, la comida que otrx atesore como la "comida de mamá"?