Eché una rápida ojeada a la carta; innecesaria, todo sea dicho, pues me sabía de memoria una buena parte de su contenido.
- Tomaré..., hmmm..., media tostada integral con tomate triturado y pavo, y el rooibos con cáscara de naranja. Por favor.
- Perfecto. ¿Le pongo aceite con la tostada?
- No, gracias, solo tomate.
La camarera se alejó con una sonrisa amable, la coleta rubia bamboleándose de un lado al otro contra el azul profundo de su uniforme. Pronto se perdió entre el mar de plantas y flores que decoraban el interior de una de mis cafeterías favoritas, y yo devolví mi atención hacia Nuria, aunque a regañadientes, porque reconozco en su rostro cuándo me va a plantear algo difícil, doloroso.
- A lo que íbamos... -. No, el tacto nunca ha sido lo suyo. Suspiré.- Entonces, has decidido irte a vivir con Ale, ¿no? ¿y Diego, qué?
- Yo..., no lo sé. Y no es que haya decidido nada, solo quiero ver a dónde llega. Es complicado... -. Hice una pausa y traté de mantener la expresión impertérrita cuando la camarera se acercó discretamente a dejar nuestras bebidas sobre la mesa.- … porque sé que deberíamos enfriar lo que sentimos, pero no me sale. Intento contenerme y al final siempre se me va de las manos.
Rodeé la porcelana caliente con las manos, rígidas de frío. El vapor, que arrastraba consigo un atractivo aroma cítrico, se enroscaba en sugerentes volutas cálidas hacia mi rostro congestionado.
- Eres consciente de la situación, ¿no? - inquirió ella, llevándose la taza a los labios con aire reflexivo. - No te debe nada. El otro día te decía que no estaba soltero, porque sentía claramente que tenéis algo, pero sea lo que sea no está cerrado porque tú estás en otra relación. Y te planteas irte a vivir con tu novio solo por ver "a dónde llega". No sé, tal y como yo lo veo, no sería nada descabellado que se cansara o estuviera viendo a otras mientras espera a que te decidas.
Al principio ni siquiera me molesté en intentar comprender lo que me decía, debo admitirlo. Solo la miré con creciente alarma y angustia, pero Nuria hizo caso omiso de mi gesto. No había pensado en esa posibilidad, lo admito, y la idea de perderle me apuñaló el cerebro como una daga fría.
- Al fin y al cabo, no te conoce mucho. A sus ojos, podrías cambiar de opinión de un día para otro y ya te ha dejado claro que está harto de que lo mareen, es normal que no quiera cerrarse puertas -. Tras decir aquello, su expresión se dulcificó y yo me preparé para el golpe. - Estoy segura de que, igual que te pasa a ti, a él no le falta cola.
Mareé el té dentro de la rejilla mientras intentaba contener las lágrimas que tan rápido afloraban aquellos días. Era ingenuo por mi parte, pero estaba acostumbrada a tratar con alguien que no tenía pasado romántico o sexual y a quien le veía el mismo escaso futuro amoroso, de forma que no me había parado a considerar la competencia. Traté de imaginar a Diego besando, abrazando, creando su magia para otra mujer y..., no pude. Algo agudo y caliente me atravesó la boca del estómago y el aire abandonó mi cuerpo. Se me escapó un quejido y pude ver que Nuria había estado esperando esa reacción por mi parte. Parecía satisfecha, como un gato a punto de atrapar a un ratón, de que al fin me estuviera sincerando conmigo misma.
El desayuno se me enfriaba, ignorado sobre la mesita redonda, mientras yo recordaba el día anterior, hablando con Ale en el salón del apartamento de mi hermana. Había llorado muchísimo menos de lo que me esperaba y, aunque brevemente estuve orgullosa de enfrentar la situación con calma y frialdad, la realidad es que cuando su nombre salió a la palestra, yo había roto a llorar con verdadero dolor. Ale me acariciaba la espalda desde una distancia prudencial mientras yo me abrazaba a mi gato y sufría por el fin de una relación que apenas nacía. Tengo que romper con Diego, repetía, intentando creérmelo.
Por supuesto, como todos sabemos ya, eso nunca ocurrió.