El sol se había marchado tras las montañas cuando me agaché para sentarme en el viejo colchón de muelles vencidos. Casi tocaba el suelo con el culo. Las paredes estaban llenas de humedades, y podía ver desde mi posición la cola de
Sully, como había bautizado en broma a la lagartija que vivía tras la cortina de nuestro cuarto prestado.
Lo más curioso es que, a pesar de todo lo que había pasado aquel día, me sentía extremadamente feliz. Mi cabeza olvidó (o ignoró) el hecho de que mi cama era incómoda, mi alojamiento estaba sucio y la comida no era ni demasiado abundante y demasiado rica; y de pronto me abrumó un sentimiento de intensa felicidad. Tenía un techo para dormir aquella noche, el estómago tranquilo, un sitio en el que dormir y agua corriente para ducharme. Tenía ropa seca y me había curado las heridas... Al fin, tras horas y horas arrastrándome montaña arriba bajo un sol de justicia, con el estómago vacío y empapada en sudor, lo único que sentía era cansancio y un dolor sordo en la espalda y los hombros. Pero también me sentía fuerte y esto es algo que debo agradecerle a mi cuerpo.
Sí, mi pobre cuerpo... digo muchas cosas malas de ti. Digo que eres feo, que te has formado mal y que te odio, pero durante esas horas eternas agradecí como nunca tu tenacidad, tu tamaño y tu fuerza. Agradecí que los músculos de mis piernas siguieran tensándose y levantando mi peso a cada zancada, y observé con orgullo cómo se movían bajo la piel con una potencia desconocida. En otras palabras, consciente de que mi cuerpo seguía adelante bajo circunstancias duras, me di cuenta de lo afortunada que soy de ser joven, de estar sana y en forma, de funcionar bien en cualquier situación. ¡Resulta que no soy todo cerebro! Ahora siento que mi cuerpo es resistente, hermoso y útil, y creo que debería cuidarlo un poco más. Al fin y al cabo, fui la única que no se lesionó, y eso debe significar algo.
Esta experiencia me ha dado muchas horas para pensar en muchas cosas, que es lo que yo pretendía. He pensado en mí, en Ale, en mi familia, en mis amigos, en Jorge. Pensé en la guerra, en Roma, en la islamofobia, en el machismo, en mil controversias y temas banales.
Recreé situaciones y me autoanalicé. No llegué a muchas conclusiones, pero tampoco dejé de pensar. Es impresionante cómo se modifican los parámetros de la felicidad cuando tus necesidades básicas no están garantizadas...; creo que también aprecio un poco mejor las comodidades que tengo todos los días. Ha sido diferente a la otra vez, en intensidad, en dificultad y en independencia. En esta ocasión, iba sola, sin nadie que me cogiera de la mano y me dijera dónde dormir o qué comer. No había caído en esa diferencia, pero cuando estás ahí, lo notas... y puede dar un poco de miedo. Como un bocadito del mundo real, por breve que fuera.
Espero que todas estas cosas no se me olviden. Espero haber cambiado, y confío en ser mejor persona... en algún momento.